MALAS LENGUAS

La poesía ha dado para todo: los hombres de la guerra han masacrado a sus semejantes invocando su nombre, pero también se han abierto las piernas de los amores difíciles y levantado tallos tristes con el apoyo de unos cuantos versos bien dotados.
No obstante, la poesía brilla por su ausencia en las editoriales. Son mínimas las grandes empresas que se le miden a publicar poemas porque –dicen al unísono– no se vende. Llenan estadios, van de boca en boca, secan salivas de tanto cantarla, despiertan la memoria, ocupan los renglones de nuestras primeras lecturas de niños… pero lo cierto es que no se venden los libros de poesía.
Nadie explica el absurdo. La poesía no vende, tal vez, y precisamente, porque NO SE VENDE. Es íntima, sincera, absolutamente desnuda. Es terca, no cede ante un movimiento literario tan proclive a las leyes de la oferta y la demanda.
Henos pues entonces promoviéndola porque la amamos, porque es un acto de amor, porque los poetas existen aunque, como dice Sergio, “las palabras no dan para comprar zapatos”. Ningún poeta aspira a vivir de ellas, y son pocos los que, por un accidente del destino, lo han logrado, sin que éste fuera su propósito.